Monday, November 13, 2006

La incisión


I

Virtud de un canalla malherido y de una esquina sangrante camino de tierra por hélices quebrantadas en un espectro de hierro que idiotas márgenes de cárceles de quimera especial, diseñada con cuidado por perreras de cobrizo lodo mimado se han esforzado en guiarnos y hacernos pagar, cargar, rezar, amarrar, cobrar, entrar, sacar número, correr, volver, sentar, parar, abrazar, gritar y reír. Huérfanos de una oportunidad nunca presente y un amor sin precedentes animales cercados gozando de buena salud en un alicate enfermo y pulido con roces mágicos en cada pie. Los conocí inmiscuidos en trabajos de sacralización absoluta, donde las eminencias formaban parte de un luto eterno y de una familia que come en una mesa larga larga larga como mis rodillas de observador tranquilo sobre las alfombras más correctas e inmovilizantes de todo el comercio Japonés. La incisión fue la más profunda de la comarca, fue el vestido abierto en un lado y tacaño en el otro, fue la concreción coqueta de tus ojos mordidos por fuera por vientos ajenos y polvos traviesos lánguidos y terremoteantes como el sismo de siglos, como el siglo que se cayó como colchón ardiente sobre nuestras manos causando las alegrías más ocultas, las alegrías mas ocultas tras fetos de desolación botellas de licor de cardamomo putrefacto en mis veranos de alegría: ¡fue la incisión maldita la que me provocó esta cara única que tengo y que nos dejó sin manos ni piernas en un mundo de cojos arbitrarios y abusivos, ciegos y habladores! Y venia rodando envuelto en un vuelo de pizzicato hambriento de Universo, buscando saciar el apetito de Infinito, cubierto de lánguidas imágenes de impía soledad y carnosas ausencias de mares giratorios de halo vital y dígitos tibios de cariño.

II

Y desde el suelo se perfilaban las figuras que carcomen en picazón electrificante la tortura sistemática de contemplar desde la distancia como el perro se lleva en sus patas las alas de la última presa del pez, la amenaza, y ahora se encuentra con las más épicas batallas perdidas, con un inherente sonido que sigiloso se acerca y asecha, que amenaza como cuchillo y clava como mirada contando los pasos hendiste la ráfaga de tus pasos de seda. Hendiste, hendiste los cuatro cuatro, cuatro pasos de seda de una pista de baile irrisoria: oscuro dirigido, lánguida palabrería con dientes de retórica inútil, mímica de par de bichos que se posan en el mando del corto cuchillo figuras, todo figuras: sabor inconcluso y alado desechable con un disparo, el endurecimiento de tus frutos ofrecidos en antesala de encuentros rojos y llevo tomada de la mano a la niña que diez millones de veces se compró por encontrarse perdida en un sartén de cemento tan grande que la hacía llorar cada vez que se daba cuenta que su útero lo único que podría recibir es el semen de un gorrión disfrazado de billetes de cuarenta, tirado pestilente en la mesita del bar de Vicuña, pestilente mil veces a heno de nadadora, españolísima y vacilante. Y se tocan sonriendo cara a cara con la avenida de los indigentes, de los vagabundos, de los caprichos multiformes y las actitudes de condena de la condena del tiempo de la condena del tiempo de la condena del tiempo de tiempo acumulado como en montones de abono infértil que se dirige hacia todos lados y a la vez hacia ninguno ensordeciendo y engordando tristemente las cabezas caídas corroídas por lo cotidiano. Números de emergencia alarma y estadística fatal coloreada a pasta con los desechos de los lápices cera para cubrir las verdades ocultas de entre las carnes latentes producto ferroviario aumentado en proporciones considerables alas de libélula carmín hojas de té negro y mimos inversos: el movimiento certero de vida en espejo no se adivina.


III

Porque por rincones lamidos se escapa el lamento de los ladridos; porque en la pequeñez de tu forma no hay cabida para los lamentos largos, no hay cabida para los lamentos largos. Porque no exhala las grandes ansias, llena de grandes vahos, empañando de vuelta los lamentos largos: un mar abierto nadando en tu cuerpo tímido. Zigzagueé por todas las comunas de tu Santiago indolente tomando cervezas con árboles de siglos escondiéndome en las arrugas de palabras livianas de siglos condimentando el dolor pesado ligeramente lanzando en los siglos de tu espalda quebrada y tu estómago deshecho por el olvido y el desdén la carismática batalla de los gatos el carismático momento de la lucha de los gatos y la soda cáustica enclaustrada en el ruido de las máquinas de escribir de los honores funerarios. Acostarme en la arena sin tostarme para poder recobrar esos vasitos que se me caían a menudo. Poder subirme de nuevo en uno de esos buses y sentir que no te estoy mintiendo y que tu cara de círculo no tiene verdades.

IV

Incisión y víscera de carnero, colchón hediondo y áspero en enlaces secos enlaces secos en la entrada de la vida resumida en un mar tímido nadando en tu cuerpo de marea que se rehúsa y lucha y me alegro que vertientes tan bellas se transformen en tal equilibrio de concilio acuoso y movedizo. Viaje viaje viaje viaje, viaje seco interrumpido por las botellas de entre mis dedos partidos quemados por el ardor de la llanta a quemarropa en la doble vía de mis años. Mi avenida más profunda que como incisión me juguetea coqueta y mañosa en noches de guerra de egos de noches de guerra de silbidos hacia lo infinito de una calle con un horizonte difuso y vibrante que vuela compartida en ventanitas mínimas y palpitantes cobrando más de la cuenta tomándome por los pulgares y haciéndome mirar el cielo otras veinte mil veces veinte mil veces, otras veinte mil veces en viaje de cierre abajo y dedos helados cobrizo el aliento empapelado y sorprendente y juré en ese momento que había en tus músculos una cuota de magia e insistí en pararme frente al vidrio que permitía que te pudrieras vestido de tu chaqueta y de su cierre ocultando los labios carcomidos y las encías deshechas.

V
Y empieza carcomido por los deseos inaguantables y las jaulas de anís, de pelos en la cara de grasa y de cazuelas aguadas desabridas y desteñidas en todo su color por el tiempo que si no es en vano pasa en pedal pedal de mi tiempo más oculto y ocho millones de veces repetido hasta el cansancio dormido y guitarreado resonando en las paredes de mi pecho tan mentiroso y de tus nalgas tibias tan mentirosas y desnudas. Y mi calle mi calle de siempre tan distinta ayer como hoy cincuenta y nueve segundos de tierra mordida, de polvo adherido a las manchas de los recuerdos de tu llegada tan atroz y el enorme peso de tu aviso de aviso de muerte, de tu aviso del paso bajo del paso lento, del paso de mi garganta quemada y deshecha sentada llorando entre tu fuelle y tu mortero, entre tu llegada y tu río de velas de flautas amargas y golpes profundos. La incisión fue la más profunda de la comarca, fue el vestido abierto en un lado y tacaño en el otro, fue la condena mayor del peso de una estrella, fue castigo culpa vestigio y camino de piedra.

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